miércoles, 15 de diciembre de 2010

Jugando a caminar [París, Texas]

Largas y rectas carreteras, un desierto inmenso, un motel un tanto grimoso y un médico que da bastante repelús. Así empieza la película del director alemán Wim Wenders, un film que se hace largo y aburrido al principio, tanto como el camino que recorre Travis. Imágenes pesadas, largas e incluso agobiantes. Sientes ese calor que hace en el desierto e incluso te sientes agotado al ver cómo el personaje no puede más. Tú tampoco, y acaba de empezar. No aguantas el silencio del personaje al reencontrarse con su hermano, no sabes qué ha pasado y todo eso te desorienta. Pero llega un momento en el que la película empieza a girar.
Travis se encuentra con su hijo, se tiene que enfrentar al miedo de ser feliz, de retomar todo lo que perdió. Es difícil para los dos, pero lo consiguen. Una maravillosa escena en una calle, los dos solos y cada uno a un lado de la carretera, disfrutando como un padre y un hijo, “jugando a caminar”. Te das cuenta de que todo ha cambiado, que a partir de ahora será más fácil. Pero no es suficiente para Travis. Se empeña en buscar a su mujer, que dejó al niño por miedo a no saber hacerle feliz. Nos metemos de nuevo en una búsqueda, un camino que termina donde nadie querría: un club de alterne. Pero a Travis le da igual, ahora quiere devolverle la felicidad a su hijo. Y lo consigue, consigue que madre e hijo se reúnan, pero él no está ahí, vuelve a tener miedo a ser feliz y que todo se rompa, miedo a volver a sentir esa ruptura interior.
Una película en la que tanto los diálogos como el silencio son protagonistas. Es cierto, una imagen vale más que mil palabras, la escena del abrazo entre madre e hijo al final lo dice todo. Emoción y ternura; miedo y felicidad. Sólo en un abrazo. Pero también las palabras o sonidos tienen fuerza. Al principio, cuando el silencio es el principal protagonista, cualquier ruido chirría, molesta, como el del tren, que parece haberse intensificado. Y en cuanto a las palabras, en la segunda visita de Travis al club donde está Jane, la conversación que tienen por teléfono, sin poder verse los dos a la vez, a oscuras, tiene una gran fuerza, emociona, sabes que en realidad los dos se quieren, pero hay algo, un miedo a enfrentarse de nuevo a ese amor que les destrozó. Una conversación en la que el silencio también tiene fuerza, en la que los planos tan largos dan intensidad a los personajes y donde la clave baja de la luz intensifica esa melancolía interior de cada uno. Una escena muy cuidada que engancha y pone los pelos de punta.
Uno de los aspectos más llamativos de esta película es el ritmo, totalmente alejado del frenesí hollywoodiense. Cada minuto en pantalla es un minuto real y, además, grabado entero, los planos son largos, lo que hace resaltar el gran trabajo de interpretación de los actores y de dirección, sobre todo en las conversaciones del club de alterne. Además, la música acompaña muchos de los planos de la película, una banda sonora que se repite, o eso parece, a lo largo de la película, pero que no se hace pesada.
Los personajes son otro de los puntos fuertes, sobre todo el de Travis y Jane. Ambos son personas que han tenido miedo y lo han dejado todo, se han alejado de lo que quería, pero la vida les ha hecho regresar. Personajes que se redimen, que vuelven a buscar esa felicidad que perdieron, aunque siempre con el empujón de otros, ellos no dan el paso solos. Además, Travis no lo consigue del todo. Devuelve la felicidad a su hijo y a su mujer, pero él no está preparado, su camino de búsqueda de confianza debe seguir y no sabes si algún día acabará, si conseguirán estar juntos los tres.
El director tiene un gran mérito ya que aunque el guión es sencillo, lo que enaltece esta película es su puesta en escena, la riqueza y composición de sus planos y la fuerza de los actores. Consigue pasar de una película monótona y aburrida que la empiezas a ver por obligación, en una película de la que no quieres que acabe, en la que te has metido tanto que te entristece el final. Llega un momento en el que no puedes despegarte de esos personajes, no quieres que se separen, que por un momento sean felices los tres, juntos, en París, Texas.

Iñaki Mayora