“Kuro…¿qué?” Esto fue lo que me dijo un amigo de Medicina. Y siguió: “¿Y dices que sigues sin entender por qué los de fcom tenéis fama de frikis? ¿Un tipo tan raro haciendo una peli con un título tan general y normal? No puede ser”. Pues, efectivamente, el título de la película no esconde grandes misterios ni incógnitas. Vivir: un verbo tan conocido y universal pero, al mismo tiempo, tan complejo y poliédrico. Un verbo para una película que demuestra el carácter humanista de su autor, Kurosawa, y que, a la vez resulta un tanto paradójico: un hombre que, para enfrentar la muerte, empieza a vivir con plenitud. Su ritmo tan lento nos ofrece una sensación algo contradictoria: cuanto menos tiempo de vida le queda a Watanabe, más despacio fluye el final de su historia. Como si Kurosawa quisiera alargar ese momento, saboreamos con Watanabe sus últimos instantes, agonizamos con él y nos damos cuenta de lo que significa vivir y enfrentarse a la muerte. Todo ello, con una muy buena actuación por parte de los personajes que, también, resulta algo opuesta: por un lado la voz, la postura corporal, la expresión de Watanabe y, por otro, la vitalidad de una de sus empleadas. Otro rasgo interesante del filme son los diálogos: sentencias tan profundas y reflexivas como “El hombre descubre la verdad en su desgracia” o “si se te ocurre algo, te tachan de radical” aportan, una vez más, ese carácter humanista de Kurosawa. Brillantes me parecen las escenas del diálogo entre el novelista y Watanabe, la escena en la que Watanabe canta la canción, la escena del columpio… Pero todo esto no sirvió para convencer a mi amigo. Y añadió: “Tus deberes son ver una película. Definitivamente tu carrera es de pinta y colorea”. Menos mal que antes que director, Kurosawa quería ser pintor... Alexandra Palet | |
jueves, 21 de octubre de 2010
Vivir (Kurosawa, 1952)
miércoles, 13 de octubre de 2010
The Spirit
Dos cosas destacan en The spirit. Una es su estética: la dirección artística y la fotografía dan a la película un tono de cómic que no sienta mal a esta historia de héroes y villanos.
La segunda cosa es que Spirit siempre logra sorprender: cuando crees que no podía ser más mala, lo consigue y se supera con creces. Todo está llevado al límite. Desde los personajes: esos monólogos infumables de Spirit, la facilidad con la que se liga a toda mujer que salga en la pantalla; el villano Octopus que tan pronto es un samurai como un general nazi. Por no hablar de sus manías, ¿qué demonios le pasa a ese hombre con los huevos? Para colmo las actuaciones son tan poco creíbles como los personajes. Basta con ver la aparición estelar de Paz Vega.
Hasta aquí todo resulta bastante frustrante pero, como he dicho, The Spirit se supera. No sólo los personajes son terribles, la historia es mucho peor. ¿El vellocino de oro? ¿La sangre de Heracles? ¿Clones calvos con nombres estúpidos? Parece que el guionista saco de un sombrero unos papelitos con palabras al azar y así hizo la historia. Es una mezcla sin sentido, en la que todo parece metido con calzador. Nada te hace conectar con la película, todo resulta falso y carente de sentimiento.
Por si fuera poco, la exageración que hace mella en la mayoría de aspectos del filme se ceba también con lo único que le salvaba de la quema. A veces la estética de cómic se lleva demasiado lejos, como en el momento del samurai, y todo resulta aún más falso y caricaturesco.
Y si llegados a este punto, hasta la estética falla en Spirit, ¿qué es lo que le queda?
Borja Echevarría
viernes, 8 de octubre de 2010
El cartero (y Pablo Neruda): Cuando el bandoneón encontró el tango
Cintia Rico
El cartero (y Pablo Neruda)
Metáforas, y si suenan en italiano mejor. Una película italiana, con eso basta. Recuerdan sus personajes y diálogos a películas como Cinema Paradiso o La vita é bella. Personajes humildes, diálogos vivaces, alegres, rápidos e ingenuos.
La historia de amistad de Mario y Pablo se acompaña con un cuadro paisajista de la Italia más remota. Los pescadores analfabetos de manos curtidas, las viudas sentadas frente al mar con sus faldas negras, los niños (pícaros) que roban pescado y vino de la mesa de los adultos, el sacerdote. Las bicicletas, el mar tranquilo, las procesiones, la radio… Y la poesía. La poesía de una tierra que no necesita de un gran artista chileno, se basta con su propia pasión.
Los personajes (sobre todo el de Mario) están muy bien retratados. Cada gesto, cada diálogo es una pincelada sutil. Cómo Mario sienta con los pies metidos hacia dentro, cómo intenta convencer a su padre de que tiene “alergia” a los barcos, su “afán” político nacido de una amistad. El final parece algo abrupto. Encontrar a Pablito en el bar era de esperar, pero no hubiera chirriado si Mario estuviera allí. También como en Cinema Paradiso, todo fue bonito, pero parece no haber esperanzas. Demasiada pasión como para llegar al final a salvo. Un final que saca de ese cuadro costumbrista.
María del Rincón
Alien: Un recuerdo difícil de olvidar
Ana Pérez
miércoles, 6 de octubre de 2010
Arranca el blog de Crítica
tras ver que os parecía bien la idea de colgar mini-críticas interesantes (no me han respondido todos, pero sí un número suficiente), empezamos con el experimento.
No colgaré todas las que tengan décimas e intentaré variar de autores. Se trata de compartir textos interesantes, pero tampoco todos. Espero que esto ayude y no cree envidiejas tontas. Se trata de mini-textos y mini-notas, con mi subjetividad de por medio valorándolas.