sábado, 12 de marzo de 2011

Las uvas de la ira

Las Uvas de la Ira (The Grapes of Wrath, 1940, John Ford) es una de las mejores películas de Ford y, sin duda alguna, la obra maestra del premio Nobel de Literatura John Steinbeck. Lo que une tan estrechamente a Ford y Steinbeck es su deseo de plasmar la realidad prestando atención a los débiles, a aquellos que sufrieron de forma más dura las consecuencias de la Gran Depresión, después del crack del 29. Son obras claramente intencionales, que buscan transformar en héroes a las personas anónimas, que, en una época de desorientación (los personajes viajan de un lugar a otro sin destino fijo), desarraigo (abandono del hogar, renuncia a las propias tierras) y desesperación (reflejada claramente en el personaje interpretado por John Carradine, Jim Casy, el pastor que ha perdido la fe), encuentran finalmente la esperanza en sí mismos, en el hecho de seguir vivos y en su capacidad de supervivencia.

A mi juicio, analizar al mismo tiempo la creación literaria y la cinematográfica ayudaría a captar el sentido pleno de esta historia, de los personajes y de sus valores. Sin embargo, también es cierto que cada obra por separado, en su propio lenguaje, es grandiosa. El guion de Nunnally Johnson hace de la cinta de Ford una perfecta adaptación, que no oculta sus raíces literarias pero que tampoco se excusa en ellas para olvidarse del lenguaje audiovisual; de hecho, el final varía sustancialmente y hay muchos episodios del libro que no aparecen en la película, porque Johnson ha sabido plasmar solo lo esencial. Algunos parlamentos de los personajes, que pueden recordar demasiado a la literatura, están justificados y no molestan al espectador. Aun así, más que los diálogos, lo que realmente conmueve en Las Uvas de la Ira son sus imágenes, la poderosa fuerza de los símbolos que utiliza y la interpretación de los actores.

La madre, llamada Ma Joad, es la verdadera heroína de esta historia. Un personaje de semejante fuerza, profundidad y coherencia podría quedarle grande a cualquier otra actriz; pero Jane Darwell realiza una de las mejores interpretaciones de la historia del cine. Esta fuerza arrolladora de Darwell no se debe únicamente a la construcción de su personaje. Cabe recordar la memorable actuación de esta misma película Mary Poppins (Walt Disney, 19010) donde encarnaba al personajes secundario de la mujer de las palomas.

Henry Fonda (Tom Joad) volvería a trabajar con ella y con John Ford en Pasión de los Fuertes (My Darling Clementine, 1946), un western típicamente fordiano en el que Fonda interpreta a un sheriff retirado al que las circunstancias y el deseo de justicia obligan a volver al puesto. Tom Joad acaba de salir de la cárcel y teme volver a ella; su relación con la ley, al igual que sucede con Wyatt Earp en My Darling Clementine, no es un rasgo casual, sino que marca profundamente al personaje, sus valores y sus principios. Tom Joad evoluciona en su forma de luchar ante la injusticia: pasa de la rebeldía y la ira a una comprensión más profunda de las personas que le rodean y de sí mismo. Si para Ma Joad el destierro supone un alejamiento de lo que siempre había tenido, una prueba de fuego que pone en riesgo sus valores más profundos y la unión de su familia, para Tom este destierro es el momento decisivo en su vida, cuando vuelve al origen, a estar entre los suyos y re-descubrir esos valores.

La actuación del resto del reparto, en especial la del ya mencionado John Carradine, es sencillamente conmovedora. La conversación de Jim Casy, Tom Joad y el único que ha permanecido en sus tierras resume perfectamente la tragedia en la que los voraces capitalistas sumieron a las familias más pobres. El viento impetuoso azota la casa en la que sigue viviendo el pobre lunático: el viento, presente durante toda la película, que revuelve la tierra y atormenta a los hombres desesperados, es una constante que amenaza con llevárselos a todos por delante, como los tractores de los banqueros hicieron con sus hogares, o enloquecerlos de por vida.

Solo la unión familiar, el amor a la patria y la esperanza sacarán a estas pobres gentes adelante. Las Uvas de la Ira es una película clásica americana, en el mejor de los sentidos, por los valores que defiende, por los temas que trata y por la forma en que se acerca a ellos. Los grandes planos, las tomas largas y sin excesivos alardes técnicos, la composición y la fotografía de Gregg Toland recuerdan a la corriente neorrealista italiana. Al igual que tras la II Guerra Mundial los italianos vieron la necesidad de plasmar en sus películas la profunda crisis económica y psicológica en la que estaban inmersos los ciudadanos, Ford quiso reflejar las consecuencias del capitalismo más voraz.

Quizá, después de todo, independientemente de las ideas políticas, de las circunstancias sociales y de las percepciones individuales, los hombres no somos tan diferentes después de enfrentarnos al dolor. Quizá el cine puede ser una expresión catártica, que sirva como purificación de ese dolor universal.

Marina Pereda

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