martes, 8 de marzo de 2011

El expreso de Shanghai

Un tren, China, una guerra civil que se cierne sobre el país, y nueve personajes dispares –y estereotipados- que se encuentran en un vagón de primera clase. Esto podría ser un esbozo de El expreso de Shanghai, pero lo cierto es que la obra de von Sternberg se nos presenta como algo diferente.

El espectador la percibe como la quintaesencia de la artificiosidad, donde el exotismo se mezcla con la teatralidad de las interpretaciones, además de con un final previsible al más puro estilo made in Hollywood. Al director austriaco parece no importarle desatender un poco el relato para centrarse en la estética de cada plano, poniendo toda su atención en los magníficos contrastes entre luces y sombras, en la composición, en el encuadre perfecto.

Y el mejor encuadre es precisamente cualquiera en el que aparezca Marlene Dietrich. Juicios sobre su interpretación aparte, es innegable que enamora a la cámara. Su perfil frío y seductor, de femme fatale, le confieren una elegancia que hace imposible que la fotografía no esté a su servicio, ofreciendo el retrato idóneo de una mujer con pasado, carente de toda moralidad y a la que aparentemente nada puede sorprender .

Pero como tiene que suceder en las películas clásicas, ella resulta no ser un alma perdida y acaba sacrificándose por una causa mayor; eso sí, después de abundantes diálogos llenos de ironía y cinismo. Así, al cabo, El expreso de Shanghai se nos revela como una historia de amor de segundas oportunidades de las de toda la vida, y todo el artificio se convierte en una mera excusa para contarla. O al revés.

Alicia Rivera

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